martes, 29 de septiembre de 2009

Palabras calladas

Desearía tener las palabras que Kafka habría pronunciado para poder salir a un bar a leerlo y reír de manera descontrolada, sin poder llegar al final de la lectura de ese cuento. De un cuento que, muchas veces, es el reflejo de una vida, de una representación de mundos, de una cosmovisión que por tanto tiempo han tratado de imponerte y que has logrado rechazar, que cuestionas... y que se molestan porque así sucede. Ellos creen que tienen la razón, que la verdad es absoluta; son seres aún muy modernos que creen en el arraigo de sus inexactitudes, del establecimiento de lo objetivo en desmedro de lo subjetivo. Esa es la verdad y no hay otra.

Probablemente me largue a reír de improviso escribiendo palabras al azar, expresando lo que siento, expresando la otra verdad que se les ha olvidado, que han querido silenciar con miles de razones que ya no me compro. Será mañana, será después... pasan las semanas y probablemente ya no sea suficiente ni efectivo, todo tarde, todo descontextualizado, todo sin un sentido aparente. ¿Qué sentido? A veces el camino camino un poco torcido, no sabe dónde llega... sólo quiere huir y ser feliz en algún lado, en otro mundo, en otra vida como un romántico. No saben que hay más de una verdad, que no existe una sola, que la suya tiene sesgos y no pueden verlo todo. No creen en la imparcialidad: creen que su propia subjetividad es lo objetivo y real. Pero no saben que hay mucho más que eso, les cuesta reconocer que son seres humanos y que, por lo tanto, suelen cometer errores y a veces graves.

La modernidad se cae a pedazos... y yo muero de la risa sin poder terminar de leerlo todo, ante la mirada engimática de todos. Sí, me han enseñado a callar. Entonces, les escribiré palabras calladas.

martes, 22 de septiembre de 2009

El sabor de la empanada de Pichidegua

Y, finalmente, sucedió. Lo que estuve esperando desde el domingo, desde esa conversación messengeriana y la invitación al Alejo Barrios a conocer mundos veloces y gritos ensordecedores cuando creías que, en cualquier momento, caerías al suelo y serías arrollado por la máquina eléctrica que te cortaría en mil pedazos y... no, nunca tanto. Ya es conocida la historia de nuestra amiga empanada de Pichidegua -"empaná" para los chilenos más amigos aún- que luego de un gran recorrido logró llegar a mis manos.

La historia continuó con el mensaje de Carolina indicándome de que sería terrible de que dicho alimento típicamente chileno no pudiese llegar, efectivamente, a mi boca y que acabara en el estómago de alguien más. Tenía pensado comerla durante el desayuno, pero anoche comí tanto que no tenía ni hambre. Me fui de la casa confiado de que volvería a reencontrarme con el refrigerador y el secreto que allí había guardado.

Pasó el día, la tarde y ya pronto comienza a hacerse de noche. Entonces recuerdo a mi empanada. Voy al refrigerador: un coro celestial de ángeles me recibe cuando abro el envoltorio y me la encuentro. Encendí el tostador y la dejé encima, esperando, esperando. Me di una vuelta, caminé por el mundo, recorrí mis pensamientos; esperando, esperando. Vine de regreso a mi pieza, escuché música, pensé en mis pensamientos (sí, valga la redundancia); esperando, esperando. Regresé para darla vuelta; esperando, esperando. Los segundos pasaban como si fuesen horas, esperando... Se me hacía agua la boca, espera... Quería comérmela de una buena vez y dejar de pensar tonterías, esper... ¡Caliéntate luego, empanada! esp... Tic tac, tic tac, tic tac, es... Y finalmente la tomé en un plato y luego comencé a degustarla.

El primer mordisco, el sabor exquisito de la masa, crujiente y típicamente de horno de barro. El pollo, muy sabroso, el huevo... ya no estaba esperando nada, simplemente disfrutaba de este gracioso invento de no sé quién. Me la comí de golpe, casi sin darme cuenta, para luego darme cuenta de que ya todo había acabado, como ese tiempo muerto que resulta al finalizar los fuegos artificiales en la celebración de año nuevo. Y ahí estaba, la empanada: ya no sólo en mi imaginación... sino que en mi interior y bastante ad litteram: en mi estómago.

Y así fue como la empanada acabó su historia, su recorrido. Como llegó a mí, cómo conocí su sabor. Fin de la historia.

(Agradecimientos a la auspiciadora oficial de la empanada de Pichidegua: Carolina González).

lunes, 21 de septiembre de 2009

La odisea de la empanada de Pichidegua

La empanada fue concebida un día cuyo nombre no recuerdo y es probable que no pueda recordar. Sólo su dueña es capaz de descifrar este misterio que, de momento, no nos incumbe en demasía. Lo que importa es lo que, a continuación, mis queridos lectores, querrán saber. ¿Cómo es que el harina, el pino y un horno pueden hacer una maravilla? Pregúnteselo a un cocinero, a mí no; yo sólo disfruto del saber típicamente chileno que me hace decir ¡Viva Chile, mierda! una vez al año. Todo por culpa de una empanada que ha viajado kilómetros para llegar a mis manos, envuelta y muy bien oculta de los protocolos del alto mando del ILCL.

Día domingo 19 de septiembre, mientras hablo con Carolina por MSN, comenzamos a hablar de las fondas, de las empanadas y del famoso parque Alejo Barrios, tan típicamente porteño. Y entre conversa y conversa, me dice si quiero una de sus empanadas traídas directamente desde Pichidegua, 6ta Región. Y como definitivamente no estoy a dieta, sonriendo -messengerianamente- le respondo con un "siiii xD". Me dice que la vaya a buscar, que iba a ir a Alejo Barrios en la tarde. Lo pensé un poco; tenía que estudiar y me habían dejado cuidando la casa (de "Boby" como dice la Caro, en honor a todos los perros guardianes que ostentan ese nombre tan cariñoso). Finalmente accedí. He de confesar que por un error de cálculo en el tiempo, acabé gastando $900 en llegar a Valparaíso, un trayecto por el cual sólo debí haber pagado $350 en mi condición de escolar de día festivo (nótese, y los santiaguinos reclaman porque según ellos encuentran su transporte caro). Llegué, acabamos juntándonos cerca de las 7 de la tarde con ese exquisito viento de Playa Ancha que no deja en pie ni al mejor de los peinados. Llega la Caro y me dice que se le olvidó la empanada. No hay problema. Me las llevarás el día lunes.

Día lunes. Alrededor de las 12 del día recibo un ring en mi celu: Caro. La llamo y me pregunta dónde estoy: en mi casa. Me habla de la empanada y me río. Me dice que me la va a dejar y yo ya me imagino llegando al Olimpo del ILCL para pedirle a la directora mi empanada. "Profe, ¿me puede pasar la 'empaná' que me dejó la Caro?" Y ahí empezaban los cuestionamientos de si también le trajo a la directora y los posibles conflictos en caso de que esto no sucediese... Llegué a la u antes de las 3, corriendo para devolver un libro y que no me cobraran multa. Todo ok. Subí al 10mo y aparece la Caro con una sonrisa, con la empanada en la mano. Yo pensé "exceleeeeeente", robándole una de sus expresiones características. Me cuenta de que tiene el bolso -¿o mochila? no me acuerdo, en fin...- pasado a empanada, porque la tuvo escondida toda la mañana. La guardé con una sonrisa y le dí las gracias. Pero no puedo comérmela fría, tiene que pasar por el tostador. Ok.

Son las 23.09 de la noche y mi empanada está escondida en el refrigerador para que nadie ose interrumpirme con una mordida improvisada. Será mía, sólo mía, mi último sabor dieciochero no-dieta, lo que tampoco significa de que vaya a empezar una dieta después de esto. Próximamente podré contar cómo fue la odisea de percibir el sabor, la teoría de la recepción del sabor en las papilas gustativas y no sé que más. No creo que sea muy interesante referir lo que sucede a lo largo del proceso digestivo... para qué. Para eso, vea un libro de biología y dese la lata de entender lo que son la enzimas y todas esas patrañas.

Y, finalmente, la empanada está en mi poder. Esa fue la odisea de la empanada de Pichidegua, de cómo hizo un viaje de kilómetros para llegar hasta Quilpué... y próximamente a mi estómago. No se pierda el próximo capítulo. ¡Buenas noches!

domingo, 6 de septiembre de 2009

A veces entiendo todo

Y sientes que quieres volar y volar tan lejos como puedas, hasta llegar a un lugar donde al fin puedas sentirte libre; donde puedas ser feliz siendo lo que eres, donde estés con la gente que sepa reconocerte. Sí, donde realmente puedas darte cuenta de todo lo que tienes, de toda la maravilla que es el mundo. Ser feliz, sí, ser feliz como todo niño, como ese niño que no ha muerto en ti y que por algún motivo ha seguido vivo, que pide seguir estando vivo y contándote miles de historias a través de las cuales puedes olvidarte del mundo que a veces es adverso y del cual muchas veces has querido escapar, para luego encontrar que existen avenidas y manos -hermanas y amigas- que se acercan para decirte que eres alguien, que existes, que brillas en la oscuridad, que eres un motivo de su existencia. Sí, un motivo en la existencia, un motivo para ser feliz. Una sola palabra que realmente te haga sentir orgulloso de lo que eres y no sólo ese orgullo oculto que nunca se te dice, que sólo aparece cuando quieren algo más. Sí, puedes llegar lejos, quieres llegar lejos y vas a llegar lejos... lejos porque siempre has sabido hacerlo, lejos porque ya te han enseñando -en demasía- a afrontar las adversidades, aunque a veces hayas olvidado el goce de la vida por eso.

Sientes demasiadas cosas, emociones encontradas cuando te das cuenta de que el mundo pintado de mil colores no tiene todas las tonalidades que hubieses querido. Te das cuenta de algunas cosas que no sabías, cosas de las cuales no quieres hablar, de las cuales no has sabido darte cuenta y que asumes como si fuesen normales. De alguna forma, eres fruto de un pasado y eres una causa del futuro. Eres una consecuencia y tus actos tendrán consecuencias, repercusiones en el universo a la manera de hacer un cambio. No eres el último ser celestial, no eres el último ser bendecido por los dioses, pero hay algo que puedes sacar. Sí, eres único en el mundo, eres la única persona que puede hacer lo que tú haces... y hay alguien en el mundo que también quiere encontrar ese mismo mundo que tú, que también quiere encontrarte y que la vida querrá coincidirlos en el momento preciso. Todo tiene significado, todo tiene un sentido, todo tiene un motor que lo mueve y lo lleva a un río.

Demasiadas cosas, demasiados sentimientos: encontrados, alejados, llorosos y alegres. Conversaciones extrañas, amor, odio, sueños y más sueños... un pasado y un futuro encadenados a un caos, un caos como el universo que crece y se expande... y, por un momento, a veces entiendo todo.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Regálame

Regálame un silencio bullicioso de palabras ensordecedoras
que me hagan dormir en una balada,
en el canto dulce y celestial de Ada,
en su voz maravillosamente sureña,
en su mirada verde y hermosa,
en esas palabras que dice y que crean mundos,
en ese susurro de su imagen inspiradora.

Regálame un viaje por el mundo,
regálame momentos perfectos que recuerde
y que luego pueda contar,
regálame una vida eterna de fantasías reales,
regálame palabras hermosas,
regálame un beso, amor y caricias.
Regálame un deseo, permíteme cumplir algún sueño.

Regálame un camino que creo haber encontrado,
dame la fuerza para levantar si es que caigo.
Dame la energía para correr el riesgo:
quiero cruzar el río, pues he aprendido a nadar bien.