Desearía tener las palabras que Kafka habría pronunciado para poder salir a un bar a leerlo y reír de manera descontrolada, sin poder llegar al final de la lectura de ese cuento. De un cuento que, muchas veces, es el reflejo de una vida, de una representación de mundos, de una cosmovisión que por tanto tiempo han tratado de imponerte y que has logrado rechazar, que cuestionas... y que se molestan porque así sucede. Ellos creen que tienen la razón, que la verdad es absoluta; son seres aún muy modernos que creen en el arraigo de sus inexactitudes, del establecimiento de lo objetivo en desmedro de lo subjetivo. Esa es la verdad y no hay otra.
Probablemente me largue a reír de improviso escribiendo palabras al azar, expresando lo que siento, expresando la otra verdad que se les ha olvidado, que han querido silenciar con miles de razones que ya no me compro. Será mañana, será después... pasan las semanas y probablemente ya no sea suficiente ni efectivo, todo tarde, todo descontextualizado, todo sin un sentido aparente. ¿Qué sentido? A veces el camino camino un poco torcido, no sabe dónde llega... sólo quiere huir y ser feliz en algún lado, en otro mundo, en otra vida como un romántico. No saben que hay más de una verdad, que no existe una sola, que la suya tiene sesgos y no pueden verlo todo. No creen en la imparcialidad: creen que su propia subjetividad es lo objetivo y real. Pero no saben que hay mucho más que eso, les cuesta reconocer que son seres humanos y que, por lo tanto, suelen cometer errores y a veces graves.
La modernidad se cae a pedazos... y yo muero de la risa sin poder terminar de leerlo todo, ante la mirada engimática de todos. Sí, me han enseñado a callar. Entonces, les escribiré palabras calladas.