El chofer de la micro se burla de mí y sigue de largo, le golpéo en la micro y se enoja; según ellos, es uno el malhumorado. Finalmente viajo, pensando en un sinnúmero de palabras que le diría, pero que la compostura racional me detiene. Duermo, duermo, duermo. No me acuerdo si es que soñaba, tal vez sí, sólo sé que era agradable dormir cuando se ha dormido tan poco durante estos tiempos; dormir, sí, abrigado como un oso polar sin preocuparte de los otros pasajeros que pasen en otra micro mirándote dormir. Abro los ojos: ella me mira. Sí, ella, una chica silenciosa a la cual miraba de reojo. ¿Me miraba? No lo sé. Recuerdo las mechas de color rojo de su cabello, era bella y silenciosa.
El horóscopo dice que está cambiando mi forma de ver el mundo. Mis pensamientos me dicen que, como nunca, sé qué es lo que quiero y no lo puedo encontrar... otra vez. Me duelen los tobillos por las cadenas que me tienen atado a responsabilidades y trabajos, mis pies quieren correr sobre la hierba fresca de primavera, dormir sobre un campo de lavanda. Si sé qué es lo que quiero, ¿por qué se pasa la vida y no aparece? Mis deseos y la realidad me convierten en un preso, la cárcel de las responsabilidades, la cárcel de la vida de no sonreirte como crees que debería.
La chica de cabello rojo me miraba, me gustó el perfil de su mirada. Seguramente sabía lo que yo pensaba, ¿por qué sonreías? ¿Tenías alguna respuesta? Tampoco se lo pregunté.